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Mauro Fernández

October 29th, 2020

Cambio climático, COVID-19 y la responsabilidad del 1%

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Estimated reading time: 9 minutes

Mauro Fernández

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Cambio climático, COVID-19 y la responsabilidad del 1%

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Mientras el parlamento argentino debate el proyecto del aporte extraordinario de las grandes fortunas, OXFAM publicó un informe que revela que el 1% más rico del planeta genera el doble de daño climático que la mitad de la población más pobre. ¿Qué aportan las élites: crisis o soluciones? Creer y repetir que el calentamiento global es un problema de todos equivale a otorgar una amnistía encubierta a los verdaderos responsables, escribe Mauro Fernández (Atlantic Fellows for Social and Economic Equity).

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Después de varios meses de discusión interna, el Frente de Todos que gobierna en Argentina presentó en el Congreso Nacional el proyecto de aporte extraordinario de grandes fortunas. El texto original busca recaudar alrededor del 1% del PBI, del cual el 50% lo cederían sólo 253 personas, según datos de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) al 31 de diciembre de 2019. Con esa referencia, la medida alcanzaría a 9298 patrimonios de más de 200 millones de pesos declarados (unos dos millones y medio de dólares, al tipo de cambio oficial actual). Esto representaría un 0,02% de la población.

Alberto Fernandez speaks on a large screen in Buenos Aires as he opens regular sessions of the National Congress
El partido del nuevo presidente Alberto Fernández ha propuesto un aporte extraordinario de las fortunas más grandes en Argentina (Ramón Moser/Shutterstock.com)

Sin embargo, la discusión parlamentaria ya está flexibilizando el aporte y la fecha de cálculo por lo que, seguramente, terminaría siendo una contribución todavía menor. Este gesto, que incluso se considera por única vez, busca cubrir una ínfima parte de la reactivación económica que será necesaria después del desplome que indican los pronósticos.

El COVID-19 y el 1% en Argentina

De acuerdo a estimaciones de la CEPAL, el PBI de Argentina caería este año un 10,5%. Este derrumbe estaría acompañado, además, de uno de los mayores incrementos de la desigualdad en la distribución del ingreso en la región, junto con Ecuador y Perú. El análisis de la CEPAL sólo considera ingresos por fuente laboral, por lo cual las medidas que tomen los gobiernos para transferir mayores recursos hacia los sectores más vulnerables contribuirán a reducir esa brecha.

El Estado argentino asiste a 21 millones de personas – casi la mitad de la población total del país – a través de políticas como el Ingreso Federal de Emergencia (IFE), la Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP) y la Asignación Universal por Hijo (AUH). Más allá de no ser suficiente, esta asistencia garantiza un umbral mínimo para evitar una crisis social de mayor escala a la luz de la pandemia que muestra que la desigualdad no es reflejo de desbalances suntuarios sino de la posibilidad de sobrevivir.

Así, desde una perspectiva de justicia tanto social como fiscal, resulta razonable y necesario que el 0,02 más rico del país haga un aporte que en ningún caso superaría el 3,5% de su patrimonio. Sin embargo, es indispensable mirar la situación con un lente todavía más holístico. ¿Qué aportan realmente las élites más privilegiadas a nivel global?

El cambio climático y el 1% 

El último informe de OXFAM sobre el cambio climático reveló que, entre 1990 y 2015, el 1% más rico del globo emitió el doble de carbono respecto a la mitad más pobre de la población mundial. La desigualdad de las emisiones – causantes de la crisis climática – es de tal magnitud que el 10% más rico de la población mundial agotaría por sí solo el presupuesto de carbono en 2033, incluso si el resto de la población mundial redujera sus emisiones a cero. Este presupuesto significa el máximo de carbono tolerable para no superar 1,5 grados de aumento de la temperatura, definido como meta en el Acuerdo Climático de París de 2015.

La información que revela OXFAM demuestra que las élites son las principales responsables del colapso climático y ecológico que atravesamos. Una crisis con cargas históricas que debe analizarse transversalmente: las naciones y corporaciones con las mayores emisiones (EEUU, la Unión Europea y China), las áreas de la economía que más crisis climática producen (los combustibles fósiles y la deforestación sobre todo para producir carne) y las élites a cargo del colapso, cuya bandera no flamea en casas de gobierno sino que cotiza en bolsas de comercio.

A wealthy family walks along the runway towards a private jet
“Según Oxfam, el 1% más rico del globo emitió el doble de carbono respecto a la mitad más pobre de la población mundial” (Erickson Stock/Shutterstock.com)

Creer y repetir que el cambio climático es un problema de todos equivale a otorgar una amnistía encubierta a los verdaderos responsables. Pero cuidado: Argentina, como varios otros países de renta media, es una de las 30 naciones con más emisiones per cápita (cada argentino emite lo equivalente a cada europeo) y tiene una de las matrices energéticas más dependientes de los combustibles fósiles de la región, en casi un 90%. Y aunque los escenarios tienden hacia la descarbonización, los planes económicos de todos los sectores políticos mayoritarios avizoran incrementar la explotación y exportación de hidrocarburos de la mano de las corporaciones transnacionales con mayor responsabilidad histórica.

El cambio mundial hacia una recuperación verde

Miremos al mundo: la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dijo hace unos días que pretende que el bloque reduzca sus emisiones un 55% para 2030, en relación con las emisiones de 1990. Esto refleja —con mayor justicia que el compromiso actual que establece una reducción del 40%— el esfuerzo que debe hacer Europa para que la temperatura global no supere 1,5°C de aumento en relación con la era preindustrial, como estableció el Acuerdo de París. Además, el 30% de los 750 mil millones de euros que la Unión Europea asignó al plan de reconstrucción pospandemia se destinarán a la adopción de medidas climáticas. En Estados Unidos, el candidato demócrata Joe Biden prometió una inversión de dos billones de dólares (sí, billones de los nuestros) para descarbonizar su economía.

Estados Unidos y Europa son referentes del ideal occidental de mercado, en gran medida los ganadores de la Revolución Industrial y los mayores responsables por el colapso actual. Entender esos movimientos permite comprender hacia dónde, y a qué escala, se están moviendo esas economías. Pero las transiciones no quedan ahí. El presidente chino, Xi Jinping, anunció en la apertura de la Asamblea General de Naciones Unidas el compromiso de lograr un pico en sus emisiones antes de 2030 y alcanzar la neutralidad en carbono en 2060, una señal muy fuerte del país con la segunda economía y las mayores emisiones del planeta.

Más allá de pensar estas decisiones como modelos a seguir, creo que sería más conveniente evaluar cómo podrían afectar a la economía global, en particular a la importación de consumos desde el sur global. Si ‘el norte’ deja de invertir en fósiles y pasa a financiar la consolidación renovable, ¿qué tan rentables serían las obras de infraestructura que desarrollemos para canalizar el petróleo o el gas que se plantea exportar? ¿Podemos imaginar la globalización de una sociedad posfósil en el transcurso del siglo XXI? ¿Esto sería un castigo o más bien una oportunidad?

Para tomar dimensión del saqueo y el extractivismo histórico, entre el siglo XVI y el XIX se embarcaron cien millones de kilos de plata desde América del Sur hacia Europa. Según cálculos del antropólogo Jason Hickel, si el mineral se hubiera invertido en 1800 a una tasa de interés del 5%, hoy estaríamos hablando de 165 billones de dólares, el doble de la economía mundial actual. ¿Cuánto le quedó a América del Sur? Según los datos de la CEPAL y del Banco Mundial, el PBI de América Latina y el Caribe participó en un 6,57% del total global de 2019.

¿Por qué los gobiernos, tanto progresistas como neoliberales, insisten con la receta de que la exportación de bienes del sur al norte nos traerá prosperidad? ¿No habrá que desafiar incluso la idea del crecimiento ilimitado del PBI e imaginar métricas redistributivas que cierren la brecha social y abandonen la dependencia fósil y agro-ganadera? Porque, no nos olvidemos: ese mundo que ya empieza a invertir en otras tecnologías, también estará atravesando una de las mayores crisis en, al menos, noventa años.

An oil derrick against the sunset off Valparaiso, Chile
“¿Podemos imaginar la globalización de una sociedad posfósil en el transcurso del siglo XXI? ¿Esto sería un castigo o más bien una oportunidad?” (Rodrigo DavidCC BY-NC 2.0)

¿Qué tenemos que cambiar?

Ya entrados al siglo XXI con toda su excepcionalidad, es hora de repensar las dinámicas Norte-Sur desde una perspectiva decolonial que nos permita asegurar una transición energética y alimentaria, al mismo tiempo que potencie la inclusión de los millones de personas que el sistema global dejó afuera. Para hacerlo, es necesario incorporar distintos aspectos al análisis, sobre todo, los dos más urgentes: la desigualdad y el colapso ecológico. Y repensar las fórmulas que tiendan hacia una profunda inclusión dentro de los límites ambientales.

Desde esa perspectiva llama la atención que, si bien el 75% de lo que recaudaría el aporte de las grandes fortunas en Argentina se destinará a medidas de salud pública, apoyo productivo, soluciones habitacionales y educativas, el 25% restante se destinaría a la exploración, desarrollo y producción de gas natural, a cargo exclusivamente de YPF.

Repasemos: un cuarto de lo recaudado por un aporte extraordinario con fines redistributivos en un contexto de emergencia sanitaria por una pandemia de origen zoonótico iría a subsidiar a la extracción de combustibles fósiles que agravan la crisis ecológica que atravesamos.

Según datos de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN), los subsidios a los fósiles representaron el 5% del presupuesto nacional de 2019, el equivalente a 15 millones de Asignaciones Universales por Hijo (AUH). El 47% de las erogaciones totales fue para Tecpetrol, la petrolera de Paolo Rocca, dueño de la tercera mayor fortuna del país con 3400 millones de dólares, según la revista Forbes. No sólo no aporta, sino que demanda cantidades astronómicas de subsidios. Y cuando, a pedido del FMI, le recortan los beneficios, extorsiona al Estado desde el Poder Judicial.

Retomando los datos de FARN, si Rocca no hubiese recibido ese aporte, casi siete millones y medio de argentinos podrían haber sido beneficiados por un apoyo equivalente a la AUH. ¿Es prioridad que el Estado siga sosteniendo a los fósiles? La pandemia parece haber demostrado que es hora de repensar el gasto público en clave redistributiva y de acceso a derechos básicos, sin traspasar límites ambientales. Un equilibrio básico para garantizar nuestra supervivencia.

Las élites reciben subsidios estatales para rentabilizar sus negocios, trasladando los riesgos y los impactos económicos, sociales y ambientales al resto de la población. Negocios que, en gran medida, se dirigen a industrias que producen crisis ecológicas. Además, son individualmente responsables por la mayor parte de las emisiones que generan esos desastres, independientemente del aporte agregado y específico de las corporaciones que poseen o en las que participan.

Con todo esto, cuando se plantea cobrarles un aporte por única vez, algo incluso tímido para lo que podría ser una política redistributiva como la que demanda la situación, se defienden con fiereza desnudando su angurria y la de los espacios políticos que operan para defender cada milímetro de privilegio del 0,02% del país.

Los rendimientos decrecientes de la lógica neoliberal

También están los que todavía consideran que es necesaria la inversión privada para generar empleo, derrame y todo el argumento neoliberal que demostró en la atroz desigualdad y en la terminal crisis ecológica su versión más acabada. Sin embargo, uno de los ganadores de ese mismo sistema tiene otra versión.

En una controvertida charla TED de 2012, uno de los cofundadores de Amazon, Nick Hanauer, dijo: “Puedo asegurarles que los ricos no creamos trabajo; el trabajo lo crea el círculo virtuoso entre consumidores y negocios que se pone en marcha cuando los consumidores aumentan su demanda”. Dijo llanamente que “un consumidor ordinario es más generador de empleo que un capitalista” como él. Y remató con una crítica a las políticas fiscales que benefician a las grandes fortunas: “Cuando las mayores exenciones y las menores tasas impositivas benefician a los ricos, todo en el nombre de la creación de empleo, lo que termina sucediendo es que los ricos se vuelven más ricos”.

En definitiva: los ricos ya están aportando. Aportan muchísimo. Por lo general, desastres sociales y ambientales. ¿No sería hora de que empiecen a devolver, aunque sea de la manera que menos les duele que es poniendo una porción de lo que les sobra? ¿No sería momento de que dejen de aportar crisis y empiecen a aportar soluciones?

 

Notas:
• Las opiniones expuestas en este artículo son de los autores y no reflejan la postura de LSE
• Este texto es una versión editada de un artículo publicado previamente en Anfibia
• Sigue al autor en Twitter: @mnfernandez
• Favor de leer nuestra política de comentarios (EN) antes de comentar

About the author

Mauro Fernández

Mauro Fernández is a socio-environmental campaign strategist and communicator and an Atlantic Fellow for Social and Economic Equity at LSE. He has more than 13 years of experience working for climate justice and energy transition. Mauro was Head of Climate and Energy for Greenpeace in Argentina, Chile, and Colombia and has been delegate at the G20 and UN Climate Change Conventions. He has expertise with storytelling, digital and grassroots organising, and as a spokesperson. He is now an independent climate and energy consultant and a commentator for various media outlets. He tweets as @mnfernandez.

Posted In: COVID19 | Environment | Political economy

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